jueves, 26 de febrero de 2015

EL DUEÑO DE LAS HORAS

Esta es la historia 
del hombre que se llamaba
el dueño de las horas.

El dueño de las horas era un hombre 
en apariencia igual que los demás,
debió nacer como si nada un día
y todo transcurría dentro de lo normal,
hasta que en un momento dado,
(seguramente viendo amanecer,
quizá mirando al mar)
el se creyó elegido por los dioses
y decidió, sin más, administrar
el tiempo de los suyos.

Hubo días, entoces, de tristeza
de batalla y de muerte,
el aire de la patria olió muy largamente
a pólvora y podrido y en todo el territorio
conquistado, sólo se oyó la voz del asesino,
que era la voz del dueño de las horas.
La ley era su voluntad, y el tiempo suyo.
Muchos decidieron luchar por defender
aquello que les pertenecía
y perdieron
                   su tiempo,
otros eran los elegidos por el alto
y poderoso señor para ordenar las horas
según su voluntad, y por todo lo cual
se les premiaba con bienes materiales;
el resto de los hombres no sabía
de tiempos ni de horas,
y creían que era bueno 
que los dioses hubieran elegido
al señor de las horas:
y vivieron mucho tiempo sin nada.

Era un día de otoño y el dueño de las horas
se quedó sin las suyas.
Nadie notó en el aire, ni en el agua,
nadie notó en las aves o en los árboles
que poblaban el bosque, señales diferentes,
y, sin embargo, las horas de los hombres
podían empezar a ser ya suyas.

                                                                           Renacimiento

lunes, 23 de febrero de 2015

NIÑOS DEL MAR

No salgamos de nuestro barrio hoy.
Quedémonos aquí, cerca de casa
y vaguemos por estas viejas calles.
Niños del mar, nacimos
junto a la playa de Alcaravaneras
y el corazón estaba azul de infancia
y era copia del mar, lienzo y figura,
estábamos tan cerca...
Pero luego crecimos
y el corazón se nos puso muy rojo, fuimos por otras calles y otros barrios,
la casa quedó lejos,
y nos sentimos como quien se pierde,
como quien ya no atina en su camino.
Ya sois casi unos hombres nos dijeron
porque aprendimos a ponernos tristes.
Después de un gran paseo
de nuevo hemos llegado;
y nuestros pies han ido
sobre las viejas huellas.
Calle Hermanos Garcia de la Torre,
en el número cuatro
-quien lo toque está libre-
y eramos libres, si, en todos
los números del mundo.
El último que llegue no es un hombre
y era perderse, loco, en la carrera;
y todos aprendimos 
a no llegar el último,
porque eso de ser hombre, era muy serio.
Mas hoy, henos de nuevo aquí,
por estas viejas calles
y nuestros pies no encajan
en las huellas que en otro día dejamos.
Y sin embargo pienso
que no debemos alejarnos mucho;
quiero decir,
que nos quedemos ya por este barrio,
por este mar de casa,
a ver si el corazón se vuelve azul
y somos otra vez aquellos niños.

                                                          Oficio Elemental